Examinando un poco de archivos que guardo en mi cabeza y después de haber abrazado, acariciado olido y estimulado una cantidad no muy prudente de maniquíes, me hallo aquí, solo con la resaca de unos días acumulada en la parte de atrás de la espalda, justo en ese huesito del que emergen uno a uno los huesitos que forman mi columna.
Ojeo la imagen que aun conservo en un papel de esos amarillos de cuaderno reciclado (hecho a base de cáscaras de banano) y la encuentro, ella, esta ahí como si hubiese esperado ya bastante tiempo, para que un día se me ocurriera poner mi dedo índice derecho justo ahí en el renglón donde ella empieza, el cuerpo aquel, teóricamente blanco, sin embargo sabemos todos de esas franjas que nos deja el hecho de ser humanos, en la piel. Parece una mala jugada de mi entorno inmediato, el apartamento a media luz, unas goteras que se filtran, esta resaca de mierda y justo mi dedo índice donde empieza…
Hablar de una mujer desde mi sillita de madera, no es hablar precisamente de una sola mujer, por lo general me sucede que empiezo hablando de una la describo y de manera extraña en una segunda fase casi imperceptible le estoy atribuyendo todo aquello que me fascinaba del recuerdo de otras y sin conformarse, mi subconsciente inquieto, termino en la tercer parte la cual mi niño creativo se encarga de crearla, ya sea agrandando sus caderas , su intelecto, o agradando una que otra virtud, esto último lo hago como mecanismo de tortura para las dosis de moral que me quedan, esta naturaleza más allá de ser cruel me parece un chiste, un chiste malo pero que aun da gracia.
Tortura, torturar, ser torturado, hacerse torturar… da igual si no nos tortura el verdugo, nos tortura la doncella si no terminamos nosotros mismos apagándonos cigarrillos en el muslo pálido del “ser”. Ella me tortura, lo hace con la parte de piel desteñida que le dejo el ultimo viaje a la playa, lo hace la sonrisita esa que se deja salir afirmando ante la pregunta si la jornada debe continuar, lo hacen esas cicatrices invisibles que dejó alguna primera vez en su memoria, y no conformándose con eso lo hace el hecho de que aun le dedico algunas líneas de mi tiempo.
Escribo por que de eso a seguir imaginándome cualquier escena pornográfica con la primera mujer que vea en la calle, en la televisión, en la parte de atrás del periódico, prefiero esto, una eterna masturbación. Las cosas afuera parecen seguir siendo las mismas, eso de maravillarme por algo solo lo logra el maldito mundo de imágenes del Internet, o talvez yo mismo con mi memoria, pero lo que ocurre a fuera no, ya no me maravillan ni un buen juego de botas seudo nuevas que me pueda ofrecer un piedrero, ni me maravilla el hecho de que no llovió hoy, ni que el bus pasa justo unos segundos luego de haber llegado yo a la parada, nada ni un policía buena gente, esto de no maravillarse por lo de afuera creo que debe ser muy parecido a la soledad de la muerte, por eso tome la computadora y estoy escribiendo.
Me engaño me digo que voy cambiar, que pondré algunas palanganas bajo las goteras del techo, que mañana voy a estirar para recordar el trayecto de mi escoliosis, se que es mentira, algo me falta y si supiera que es en este mismo momento lo juro volvería a ese gran tanque escéptico al que llamamos Mall para ahorrar algunos colones y comprar eso que ignoro.
Salgo el “coffe maker”; si tuviera un motel le pondría el “fucking maker”, al menos a mi me daría gracia, pero no tengo un motel, a pesar de que me encanta el olorosito del jabón ese que parece una degustación de queso; es un excelente lugar para que el moho despliegue su imperio, el rumbo no esta claro, necesito algunas monedas y estoy dispuesto a conseguirlas, necesito una botella de ron y no puedo esperar al deposito de billetes producto de la bondad de alguno de mis parientes vivos, igual tengo mis tres mil colones, justo lo necesario para comprar un par de betunes, un cepillo y un pañito, el pañito lo conseguí en un almacén chino de esos que huelen no muy rico pero diferente, el anuncio no creo que sea inoportuno ya que un pañito rosado con una figurita de la televisión impregnada por 400 colones si me parece un buen dato que no puede quedar en la individualidad del conocimiento adquirido, me sobraron 350 me compró una coca pequeñita, le pido perdón a mis amigos revolucionarios, comunistas, punkies, anarkos, hippies…etc a todos ellos y por ellos le regalo un sorbo a la madre tierra, bueno en realidad a un adoquín de la avenida, siempre es bueno tener al menos un sorbo de coca y más cuando en un futuro no muy lejano se va a adquirir un litro de ron.
Mi plan estaba fluyendo muy bien, llegue al parque central me detuvo el señor que juega con unos aros de madera retando a cualquiera que pase por ahí a apostarle a la puntería, lo veo, me parece un tipo inteligente, sobrevive jugando… estoy frente a la catedral con unos cartones y dos cajas de zapatos, improviso la estructura de mi negocio
Luego pongo los dos betunes el cepillo y la botella de coca de manera muy ordenados al lado del poyo donde por ahora estoy sentado, los colegas me miran como el nuevo, como el treintañero que soy. Una hora, un periódico prestado que ahora me pertenece, nada, nadie quiere limpiarse los zapatos, hasta que un señor luego de persignarse justo al pasar frente a mi, me vio, me preguntó la tarifa y derepente dejo caer su trasero de ciudadano de oro en el poyo que dejó de ser mío. Mis primeros 800 colones, luego de dos horas duplique la inversión me sentía orgulloso, casi vivo…
En este punto es cuando uno desea volver el tiempo atrás unas tres horas, cuatro, pero quien lo iba a saber, las chicas por lo general no suelen sentarse en un poyo del parque central esperando que el nuevo de todos los limpiadores de zapatos, se atreva a encarar un par de tacones rojos, pero vaya quien putas a saber me toco a mi, me arrodille no pude evitar la mirada maliciosa que le dedique al limite entre el vestido y los pedazos de muslo que saltaban pidiendo libertad, le comente a cerca de la carencia de un betún rojo, me dijo dales brillo nada más, tome mi pañito, y empecé a improvisar… suena el despertador de las 11 a m, el típico movimiento excluyendo a la sabana del descanso, me levanto, miro una nota que dice voy por Teo a la prepa, nos vemos al café, no entiendo nada, hasta que me asomo a la ventana y veo justo frente a mi habitación un gran letrero con un par de tacones rojos que al parecer en la noche se alumbran, el letrero dice el “fucking maker”.